Hace apenas unos días, pasó por mis manos la célebre obra de Bram Stocker. El formato, como si estuviésemos leyendo un diario, ayuda a dar verosimilitud a los hechos y permite una ágil lectura. El lenguaje de una maravillosa riqueza visual y verbal, nos perfila los modales, ideas y costumbres de la época. Sin embargo, el cine y la cultura popular me hicieron esperar un personaje de Drácula, muy diferente. En el libro apenas se le menciona en el principio y después muy escasamente. El caballero galante, lascivo y sensual que todos conocemos apenas y se vislumbra en la obra.
La obra integra las grandes tradiciones y supersticiones de la Europa del este en ese momento y documenta según algunos, los antiguos y populares conocimientos sobre vampiros que aún persisten, el ajo, el crucifico, etc.
Los personajes de una ingenuidad solo atribuible al momento histórico que reflejan son devotos, puros, temerosos de Dios, se enfrentan al monstruo que a lo largo del tiempo a pasado a convertirse en el icono de la pasión y lujuria malditas.
El personaje logró salir del libro, pero tuvo que cambiar para subsistir, de haber seguido como el autor lo presenta, habría muerto de una forma tan simple, tan indigna como en el relato, afortunadamente, el séptimo arte, llegó y lo transformó. Después la televisión hasta lo parodió con resultados tan divertidos como un pato que toma salsa de tomate, o tan desafortunados como un niño que intenta infundir méyo.
Gracias Stocker, por presentarnos al vampiro, inspirado en Vlad Tepes, pero le debemos mas a las posteriores transformaciones y enfoques que del conde se han hecho.
Estacionamiento
Hace 9 años